miércoles, 28 de marzo de 2012

LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ

QUERIDAS ALUMNAS, LES PUBLICO ESTE ARCHIVO CON LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ, PARA QUE LAS MEDITEN Y SEAN DE AYUDA PARA USTEDES EN ESTOS DÍAS DE SEMANA SANTA. LES DESEO UNA FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN A CADA UNA DE USTEDES, QUE JESÚS LES ACOMPAÑE Y BENDIGA. 
ESPERO SUS COMENTARIOS.


MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI EN LA CUARESMA 2012



 ALUMNAS FATIMISTAS DE QUINTO DE SECUNDARIA: Se les recuerda que deben leer el mensaje del Papa por la cuaresma 2012. A continuación queda para ustedes. Deben fijarse en las ideas más importantes y hacer un resumen de una cara de hoja a parte para ser entregado en clase. 

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2012
«Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24)

 Queridos hermanos y hermanas


La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.
1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.
El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).
La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.
El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.
2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.
Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.
Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).
3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.
Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.
Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).
Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.
Vaticano, 3 de noviembre de 2011
BENEDICTUS PP. XVI

sábado, 17 de marzo de 2012

TEMA: LA CUARESMA


LA CUARESMA: CAMINO A LA PASCUA



        La celebración de la Pascua del Señor, constituye, sin duda, la fiesta primordial del año litúrgico. De aquí que, cuando en el siglo II, la Iglesia comenzó a celebrar anualmente el misterio pascual de Cristo, advirtió la necesidad de una preparación adecuada, por medio de la oración y del ayuno, según el modo prescrito por el Señor.
      Es un tiempo que dedica la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Dura 40 días. Empieza el miércoles de Ceniza y termina el jueves santo por la mañana. El número cuarenta es simbólico y nos recuerda: los 40 días del diluvio, los 40 años de la marcha del pueblo de Dios por el desierto a la tierra prometida, 40 días que pasó Jesús en el desierto. Miércoles de ceniza: la ceniza es el producto de la combustión de algo por el fuego. Simboliza muerte, caducidad; al colocarla en forma de cruz en la frente significa que algo debe quemarse y destruirse en nosotros, para dar paso a la Vida Nueva en Cristo.

Origen de la costumbre de las cenizas

      Antiguamente los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio. También usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida a una vida más cercana a Dios.
En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un "hábito penitencial". Esto representaba su voluntad de convertirse.
En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión, después del Carnaval
 Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.
Cuando el sacerdote nos pone la ceniza, debemos tener una actitud de querer mejorar, de querer tener amistad con Dios

La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día moriremos y que nuestro cuerpo será polvo. Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba. En cambio, todo el bien que hagamos y seamos nos lo vamos a llevar a la eternidad. Al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos lo que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres por AMOR.


Los primeros pasos hasta llegar a la cuaresma

Paso a paso, mediante un proceso de sedimentación, este período de preparación pascual fue consolidándose hasta llegar a constituir la realidad litúrgica que hoy conocemos como Tiempo de Cuaresma.

La primitiva celebración de la Pascua del Señor conoció la praxis de un ayuno preparatorio el viernes y sábado previos a dicha conmemoración.

En el siglo IV se consolida la estructura cuaresmal de cuarenta días

De todos modos, como en otros ámbitos de la vida de la Iglesia, habrá que esperar hasta el siglo IV para encontrar los primeros atisbos de una estructura orgánica de este tiempo litúrgico. Como este período de penitencia duraba cuarenta días, recibió el nombre de Quadragesima o cuaresma. El proceso se cerró bajo el pontificado de Gregorio II (715-731).

¿Cómo vivir la cuaresma? 
Es importante acercarnos a través de 3 actitudes que nos ayudan a prepararnos para entrar en la Pascua de Cristo resucitado. Estas son:
1.- LA ORACIÓN: tiempo propicio para la oración personal y comunitaria, alimentada por la Palabra de Dios. Nos ayuda a profundizar que somos personas amadas por Dios a quien podemos pedirle, agradecerle y también interceder por nuestros familiares y amigos. Asistir a la eucaristía los domingos.
2.- EL AYUNO El ayuno es la renuncia no solamente de la comida que más nos agrada, sino también de aquellas actitudes que nos alejan de los demás (orgullo, celos, codicia, odio…). La abstinencia de algo material debe llevarnos a compartir lo que tenemos con los demás especialmente los más necesitadosla voluntad de Dios Padre es trabajar porque todos seamos hermanaos.
3.- LA LIMOSNA – CARIDAD: Dios es bueno con nosotros por eso quiere que nosotros que somos su imagen y semejanza también seamos bondadosos con los demás. Ayudar a la compañera, ser solidaria compartiendo lo que tengo aunque sea poco; dar de mi tiempo en la casa, en la Institución Educativa. Practicar la caridad no es solo materialmente sino es transformar nuestro corazón pasando del egoísmo a la generosidad, de la pereza al servicio por amor. 

SÍMBOLOS CUARESMALES





1. LAS VESTIDURAS MORADAS
Durante el tiempo de Jesús el color morado o púrpura era el color usado por los reyes. Cuando los soldados romanos se burlaron de Jesús le pusieron un manto color morado y se burlaban de él diciéndole “rey de los judíos” (Mc 15,18).
Con el paso del tiempo la Iglesia empezó a relacionar el color morado con la penitencia. Las personas necesitamos objetos que nos recuerden nuestras actitudes espirituales. Por lo que durante la Cuaresma los sacerdotes usan vestiduras color morado para recordarnos que es un tiempo de penitencia.
2. EL ÓLEO SANTO
Ya que la bondad de Dios se manifiesta en toda la creación, la Iglesia utiliza elementos de la creación en los sacramentos y así demostrar la obra de Dios en medio de nosotros. Por ejemplo, el óleo o aceite simboliza fortaleza y sanación. Se utilizan tres diferentes óleos. El óleo de los catecúmenos se usa en los bautismos para dar a la nueva persona cristiana fortaleza para vencer el pecado y el mal. Otro óleo se le conoce como crisma y es una mezcla de aceite y perfume que simbolizan fortaleza como un don del Espíritu Santo. Es usa en los bautismos, confirmaciones, en la ordenación de sacerdotes y obispos y, en las consagraciones de iglesias y altares. El óleo de los enfermos es un símbolo de sanación y es usado para la unción de los enfermos.
Estos óleos los bendice el obispo durante la Misa de la mañana del Jueves Santo y se llama Misa Crismal.
3. LAS PALMAS
Cuando Jesús entró en Jerusalén antes de su muerte, las multitudes lo recibieron poniendo sobre el camino ramos de palmas. Hoy día sería algo como caminar sobre la alfombra roja por la que pasan algunos artistas u otras celebridades famosas.
Ese recibimiento que le hicieron a Jesús, la Iglesia lo celebra el último Domingo de Cuaresma bendiciendo ramas que reparten a los participantes de la procesión hacia la iglesia. Ese domingo la Iglesia lo llama: “Domingo de Ramos de la Pasión del Señor”, porque durante la Misa se lee la pasión y muerte de Jesús tomada de uno de los Evangelios. También es el inicio de la Semana Santa, para la Iglesia el tiempo más importante del año litúrgico o año de la Iglesia.
4. LOS ESCRUTINIOS
Para quienes van a ser bautizados en la Pascua, la Cuaresma es un periodo de preparación llamado la purificación e iluminación. El tercer, cuarto y quinto domingo de Cuaresma durante la Misa se realizan ritos que se llaman los escrutinios. Estas son oraciones que la comunidad ofrece por los catecúmenos para que sean liberados del mal y del pecado y, para fortalecerlos en su fidelidad al Evangelio de Jesús.
5. LA CENIZA
Durante los primeros siglos de la Iglesia, los cristianos mostraban estar arrepentidos de sus pecados y hacía penitencia usando ropas que parecían costales y ponían cenizas sobre sus cabezas. Llegó un momento en que esta práctica terminó y la costumbre que empezó al inicio de la Cuaresma, fue la de recibir sobre la frente una cruz de cenizas. La Cuaresma es un tiempo penitencial para prepararse para la gran celebración de la Pascua.
Las cenizas que se utilizan son las que se obtienen de quemar las palmas del año anterior. Cuando el ministro pone las cenizas sobre la frente por lo general dice: “arrepiéntete de tus pecados y cree en el Evangelio” u otra frase que invita a la conversión.
6. LA PENITENCIA: EL AYUNO, LA ORACIÓN Y LA CARIDAD
Cada uno de nosotros debe confesar que algunas veces fallamos en vivir la invitación de Dios a la santidad. Por medio de la penitencia admitimos delante de Dios que somos criaturas imperfectas que se esfuerzan en ser santos.
Al negarnos algunas veces aquello que disfrutamos o nos gusta (como algún dulce o golosina antes de los alimentos) de alguna manera compartimos el sufrimiento de Jesús. También al hacerlo buscamos una conversión interna al pensar “en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col 3,2).
Pero la penitencia y el ayuno nunca pueden ser sólo para nosotros mismos. Como cristianos podemos estar seguros que crecemos en el amor de Dios únicamente si compartimos de nuestra generosidad con otras personas. Así que desde los primeros años de la Iglesia esta empezó a asociar la penitencia personal con la oración y con el servicio a los pobres.
En otras palabras, no ayunamos simplemente para poder apretarnos el cinturón un agujero más, sino que debemos ayudar a quienes se encuentran necesitados.
7. 40 DÍAS
El número “40” se menciona en diferentes pasajes de la Biblia. Los israelíes anduvieron por el desierto por cuarenta años. Después que Jesús fue bautizado ayunó en el desierto por cuarenta días. Jesús ascendió al cielo cuarenta días después de su Resurrección.
No sabemos exactamente si estos eventos duraron exactamente cuarenta años o cuarenta días, pero lo que sí se sabe es que bíblicamente el número cuarenta indica un periodo de tiempo que es un “largo plazo” para que suceda lo que tenga que pasar. Un largo plazo para que el pueblo elegido de Dios pase de la esclavitud a la libertad, un largo plazo para que Jesús venza las tentaciones en el desierto, un largo plazo para que Jesús resucitado se manifieste a sus seguidores.
Nuestra celebración de la Cuaresma refleja el tiempo de Jesús en el desierto. Es el tiempo para luchar con los demonios en nuestras vidas. Es la oportunidad que cada año tenemos para cambiar y transformar nuestra vida. Cuarenta días parecen un “largo plazo” para poner otra vez en orden nuestra vida espiritual.
8. EL VÍA CRUCIS
Esta es una devoción popular durante la Cuaresma y quienes la realizan meditan en cada estación la pasión y muerte de Jesús. Muchas iglesias tienen sobre sus paredes imágenes que representan escenas de la pasión. Esto le permite a quien lo realiza hacer un recorrido que le recuerde los pasos que anduvo Jesús al mismo tiempo que ofrece sus oraciones.
Al paso de los siglos el número de estaciones ha cambiado. Actualmente la Iglesia reconoce catorce estaciones, aunque a muchas personas les gusta añadir como quinceava estación la Resurrección. No todas las estaciones están basadas en las Escrituras, algunas de ellas surgieron al paso de los siglos y meditan los sufrimientos de Jesús.
TRABAJO PARA LA CARPETA
1.- Elabora un esquema resumen con la información sobre el tema de la cuaresma.
 2.- Lee, reflexiona y comenta tres de las frases:

AYUNA Y LLÉNATE


Ayuna de palabras hirientes:
llénate de frases sanadoras.
Ayuna de descontento:
                 llénate de gratitud.
Ayuna de enojos:
 llénate de paciencia.
Ayuna de pesimismo:
                llénate de esperanza cristiana.

Ayuna de preocupaciones:

                llénate de confianza en Dios.

Ayuna de quejarte:

                llénate de aprecio por la maravilla que es la vida.

Ayuna de amargura:

                llénate de perdón.

Ayuna de todo lo que te separe de Jesús:

llénate de todo lo que a Él te acerque.






A TODAS LAS ALUMNAS QUE YA COMENTARON LAS FELICITO Y ANIMO A CONTINUAR HACIÉNDOLO, SEAN BIENVENIDAS. SE LES RECUERDA QUE FORMA PARTE DE LA EVALUACIÓN DEL ÁREA.

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BIENVENIDAS ALUMNAS FATIMISTAS 5º SECUNDARIA 2012

Queridas estudiantes 2012:
Este blog está pensado para cada una de ustedes. Es una forma de comunicarnos y compartir información y sobre todo experiencias desde la fe en Jesucristo. Espero sea de su agrado.